'Grand Tour': El 'Perseo' de Cellini

Adolfo P. Suárez
Florencia. El Palazzo Vecchio desde la Loggia dei Lanzi
Tinta, acuarela y acrílico sobre papel, 30 x 21 cm. 2016


IMAGEN: ADOLFO P. SUÁREZ | TEXTO: ANDREA MIRANDA DUQUE. Me he pasado media vida… sí, probablemente ya media vida, recomendando a quien me quiere escuchar que lea la autobiografía que nos legó Benvenuto Cellini. 
Es cierto, es difícil de encontrar, yo la localicé en una edición rarísima, pero al parecer a nadie le importa la vida de uno de los mejores escultores que dio la historia, con una vida apasionante como su propia época requería. Sólo con decir que nació en el año 1500 en Florencia os podéis imaginar: Papas que ordenan y mandan, los Médici que quitan y ponen, peleas callejeras en las que aparecen dagas de mano izquierda, infidelidades, hurtos, huídas…
Cellini antes que artista era un elemento de cuidado. Su padre, músico, intentó llevarle por la senda de su profesión pero el chaval se aburría y prefirió dedicarse a otras cosas ante el disgusto paterno. Mira, hizo bien, se conservan poquísimas obras suyas, pero ¿quién puede no adorar a ese Perseo, y derretirse cual bronce ardiente a sus pies? Es una de mis obras favoritas de la Historia del Arte.
Todo esto que os voy a contar, expuesto en lenguaje vulgar y de forma resumida es absolutamente realidad, lo tenéis en su autobiografía.

Para crear a Perseo ya tuvo antes sus más y sus menos con ‘El Duque’, con Cósimo di Médici… que si no vas a poder, que si cómo te va a salir ahí la cabeza de la Medusa, que si es imposible, que si patatín, que si patatán. Cellini con un cabreo de tres pares diciéndole al Duque que él controlaba, y que no se fiara de las mentiras que sus enemigos le susurraban tras las cortinas de palacio.
Tras pruebas y preparativos varios decidió que finalmente iba a fundir su sublime obra, tardaría varios días en hacerlo. Bronce a la cera perdida. Una obra enorme y muy complicada, no creáis que es fácil conseguir que al echar el bronce en el molde llegue correctamente, sobre todo, a la cabeza de Doña Serpientes y al pie derecho de Perseo, en posición difícil.

Leña del pinar de Serristorri, de cerca de Montelupo, tierras para el molde preparadas durante meses, y un gran acopio de piezas de cobre y bronce.

Nada, que se puso a ello en una noche de tormenta que se iba a derrumbar el cielo, no os podéis imaginar como zumba una tormenta sobre La Toscana: truenos y centellas sobrevolando la ciudad de Florencia, a cuenta de la resina de los pinos se organizó un incendio que casi hizo caer el techo del taller, la lluvia y el aire que bajaban la temperatura del horno constantemente, el personal echando toda la vajilla de la casa a fundir porque no llegaba, no llegaba, ¡no llegaba!, y él que debía seguir el proceso atacado por unas fiebres, tanto que casi se lo llevan los demonios.
Hubo de irse a la cama porque se sentía morir, pero cuando fueron a decirle que el Perseo se había estropeado él mismo se convirtió en tempestad: a empellones y puñetazos con los criados, los peones y los mozos. Se levantó vociferando contra el universo, dando órdenes a gritos intentando devolver a la vida su obra, como él dice ‘resucitando al muerto’: protege el horno con mantas y alfombras, comienza a echar en el molde más y más estaño, atizando el fuego, cuando de repente brilla todo con resplandor de relámpago, se sucede un estruendo y salta la cubierta del horno comenzando a derramarse todo el bronce. Es entonces cuando ordena ir a buscar platos, fuentes y escudillas de su vajilla personal y echar todo a aquel magma infernal.

Después de dos días enfriando se dispuso a descubrir la obra, observando lo primero que la cabeza de la maldita Medusa estaba bien, y en su sitio. Siguió descubriendo hacia la cabeza de Perseo… perfecta. Se maravilló de que la cantidad de metal fuera exactamente la justa, no había sobrado ni una gota en los canales de vertido del molde. Esperaba un error en el pie derecho, así se lo había confiado al Duque, y casi se desilusionó porque allí estaba, desafiante, plantándose ante todas las leyes que consideraban que no debería estar en su lugar: sólo faltaban la mitad de los deditos… ¡uf, menos mal! ¡algo de razón tenía!

Estoy segura de que si algún feliz día vais o volvéis a Florencia iréis a ver a Perseo a la Loggia dei Lanzi, con la espada en una mano y la cabeza de Medusa en la otra, y que recordaréis aquella tormenta, veréis cada escudilla de la vajilla del escultor en su obra, y escucharéis los gritos de Cellini procedentes del mismísimo Infierno de Dante.

En el prólogo de su autobiografía, en la edición que se cita a continuación, y firmado por Montserrat Corominas, nos cuentan: “[…] presa de intensa fiebre y de las llamas del taller, azotando un vendaval de lluvia el molde y el horno, cuajado el bronce por súbito enfriamiento, asustados y despavoridos los presentes, reanimando el semimoribundo escultor el fuego con troncos de leña y mejorando el metal en fusión con toda su vajilla de estaño y, como dice Marco, entre la fiebre, el delirio, el incendio y el vendaval que arrecian en aquella tremenda noche de locura artística de un genio, se oye un trueno formidable, a la vez que deslumbra la escena un relámpago cegador, verdadero fiat lux de aquel génesis de una estatua, y ese milagro de la voluntad crea un prodigio de alta inspiración... Perseo quedó hecho”.

CELLINI, B. [1993]. Vida de Benvenuto Cellini escrita por él mismo (1500–1571), Barcelona, Parsifal Ediciones.

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