Retrato de Marianne Willumsen

Hermenegildo Anglada Camarasa (c. 1911)
Museo Carmen Thyssen, Málaga

XII

Porque son, niña, tus ojos 
verdes como el mar, te quejas; 
verdes los tienen las náyades, 
verdes los tuvo Minerva, 
y verdes son las pupilas 
de las hurís del Profeta. 
El verde es gala y ornato 
del bosque en la primavera. 
Entre sus siete colores 
brillante el Iris lo ostenta. 
Las esmeraldas son verdes, 
verde el color del que espera, 
y las ondas del océano, 
y el laurel de los poetas. 


Es tu mejilla temprana 
rosa de escarcha cubierta, 
en que el carmín de los pétalos 
se ve a través de las perlas. 
Y sin embargo, 
sé que te quejas, 
porque tus ojos 
crees que la afean. 
Pues no lo creas. 
Que parecen sus pupilas 
húmedas, verdes e inquietas, 
tempranas hojas de almendro 
que al soplo del aire tiemblan. 


Es tu boca de rubíes 
purpúrea granada abierta, 
que en el estío convida 
a apagar la sed en ella. 
Y sin embargo, 
sé que te quejas 
porque tus ojos 
crees que la afean. 
Pues no lo creas. 
Que parecen, si enojada 
tus pupilas centellean, 
las olas del mar que rompen 
en las cantábricas peñas. 
Es tu frente que corona 
crespo el oro en ancha trenza, 
nevada cumbre en que el día 
su postrera luz refleja. 


Y sin embargo, 
sé que te quejas 
porque tus ojos 
crees que la afean. 
Pues no lo creas. 
Que entre las rubias pestañas, 
junto a las sienes, semejan 
broches de esmeralda y oro 
que un blanco armiño sujetan. 
Porque son, niña, tus ojos 
verdes como el mar, te quejas; 
quizás si negros o azules 
se tornasen, lo sintieras. 

Gustavo Adolfo Bécquer 

-Sugerencia de Fátima Candelas-

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