Sobre experiencias místicas y Burne-Jones
Fot. Simon K, Flickr |
TEXTO ARTE XIX | IMÁGENES SIMON K (FLICKR) | ¿No os pasa a veces que de repente se os despierta un recuerdo en la memoria? ¿que de repente vas hilando una cosa con otra, una sensación con otra, y reconstruyes un momento del pasado perfecta y exactamente?
Me vestía una chaqueta de punto de color rojo que hacía tiempo no me ponía y ¡bum! ese color hizo ese efecto mágico: unas vidrieras maravillosas de color rojo sangre que pude ver una vez.
Corría el año 2002 y pasaba una temporada en la inglesa Birmingham. Paseos por parques, canales, cementerios... y acerquémonos a la catedral que está aquí al lado: St. Philip.
Cuando llegué, día nebuloso como suele suceder, estaba acabando el servicio religioso y claro, a los extranjeros católicos y cinéfilos nos encanta ver que el reverendo sale a la puerta para saludar a sus feligreses. Entrando, a la vez que salía el personal y se paraba tranquilamente a responder al saludo, sonaba en el órgano de la catedral 'The Entertainer'. Aquí con el 'Cumbayá', 'Señor me has mirado a los ojos', y otras melodías del mismo tipo, además de algún soberano atentado contra los derechos de autor, tenemos bastante. ¡'The Entertainer'!, ojos y oídos como platos.
Avanzo tranquilamente. El reverendo me ha visto entrar pero sigue con lo suyo y sólo sonríe sin decirme nada. Camino hacia el ábside, donde como buena súper fan del prerrafaelismo, y en especial del insigne hijo de la ciudad, Edward Burne-Jones, sé yo de buena tinta que hay unas vidrieras que él diseñó. Y tan buena tinta, y tan roja.
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Cuando llegué frente al altar, la bondad divina, la de San Ruskin, o la de quien quiera que sean los dioses que diría Swinburne, hizo el milagro. El cerrado, gris y nublado día inglés dió a luz, esto es, que se abrieron las nubes por un momento, brilló el sol con toda la fuerza de la que era capaz, y mi mente, mi corazón, mi vida y toda yo se inundaron de un rojo sangre maravilloso que procedía de túnicas, estandartes, alas angelicales y halos benditos. Sólo apetecía ya arrodillarse y recibir la señal que los dioses te quisieran enviar. Sentí la voz, una voz, me hablaba en inglés, así que Dios no sería porque sabría bien en qué idioma tendría que hablarme para que le comprendiera a la perfección, inglés no, sólo faltaba que para una vez que me hablaba me perdiera algo...
El reverendo se había acercado a decir 'hola, qué tal', preguntar de dónde provenía mi persona, qué me había llevado allí aunque estoy segura de que lo sabía por mi expresión contemplativa. Preguntaba, escuchaba, asentía, y me explicó un montón de cosas de las que sólo recuerdo una: que durante la II Guerra Mundial, en previsión de los bombardeos que caerían sobre Birmingham, y cayeron (en el Jewellery Quarter los relojeros fabricaban piezas para los famosos Spitfire), los vecinos de la zona fueron desmontando las vidrieras prerrafaelitas y llevándose trocitos a sus casas para que no se destrozaran. Cuando acabó la guerra cada uno de esos trocitos volvió a su lugar. Gracias a esos vecinos cualquiera puede sentir, hoy, que Dios le habla. Directamente al corazón.
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La catedral anglicana de St. Philip fue construida entre 1709 y 1725 por Thomas Archer. Se amplió en 1883-84 por J.A. Chatwin, momento en el que se añadieron las vidrieras de Edward Burne-Jones.
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