La suciedad en las calles del siglo XIX: problemas y soluciones
Viviendas del lujoso barrio de Belgravia, Londres Fuente: austenprose.com |
Las idílicas, monumentales y hermosas calles de los barrios más selectos en las grandes ciudades también eran un caos de suciedad en el siglo XIX. Principalmente había un factor que complicaba el tema sobremanera: el medio de transporte al uso.
Aún hoy las calles más elegantes conservan las soluciones y propuestas a las que se llegaron en su momento. En Londres inmediatamente pensamos en Belgravia, desarrollado a partir de 1820, en el centro de la ciudad, entre los distritos de Ciudad de Westminster y Kensington y Chelsea, una zona de lujo que aún hoy sigue siéndolo: hermosas y exclusivas residencias blancas en las que vivieron Alfred Tennyson o Mary Shelley, y quién no recuerda a la familia Bellamy de 'Arriba y abajo', residentes en el 165 de Eaton Place.
La abundante producción de estiércol de los caballos, y el gran número de carruajes que se precisaban para el transporte convertían las calles en depósitos de abono natural. La situación tenía una vuelta de tuerca, ya que las lluvias hacían de los espacios comunes auténticos lodazales, enormes ríos de barro y estiércol que se introducían en las plantas inferiores de las casas. Por este motivo la planta principal de las viviendas se elevó sobre el nivel de la calle, presentando ante la puerta una escalinata. Las plantas inferiores se destinaban al servicio, que tenían que sufrir los rigores tanto del frío como de la humedad y de este otro terrible inconveniente.
Limpiabarros de hierro fundido, aún en su lugar original Masía Can Deu, Barcelona Fot. Jordi Barceloneta Fuente: http://lostbarcelona.blogspot.com.es |
Aún así, tampoco se libraban los botines y elegantes zapatos de damas y caballeros de llegar al vestíbulo de la elegante residencia con los desagradables residuos impregnando su calzado. Por esto se colocaban, ante la puerta, o en el portal de los edificios con varias viviendas, los 'limpiabarros'. Los había en muy diferentes versiones siendo siempre de hierro, y aún hoy puede localizarse alguno de la época aún en su lugar, pequeños tesoros mudos de aquel tiempo.
Desde luego cualquier precaución era poca, porque tampoco se libraban los trajes y abrigos de salpicaduras y manchas. Sólo imaginarnos uno de esos preciosos vestidos de seda de las señoras arrastrándose por el fango, quién no lo ha pensado viendo una película de la época... La labor de limpieza de las ropas era dura, laboriosa y complicada, mucho más aún antes de la invención y generalización de la lavadora. Habitualmente la realizaban las amas de casa o, si era posible económicamente, se contrataban los servicios de una lavandera.
Como decíamos, el trabajo de lavandería era muy duro y agresivo para las personas que lo ejecutaban. Hay algunos pasajes de la novela autobiográfica 'John Barleycorn', de Jack London, que nos permiten hacernos una idea: retirar cintas, botones y encajes que no soportaban los efectos de los productos químicos, volver a colocarlos más tarde, lavar, secar, el durísimo trabajo del planchado. Un montón de horas dedicadas a un trabajo que rápidamente volvía otra vez a ser necesario.
En Inglaterra e Irlanda surgieron una serie de instituciones conocidas como Asilo de las Magdalenas o de 'mujeres caídas', dirigidas muchas de ellas por la Iglesia Católica en Irlanda y regidas por las Hermanas de la Misericordia. Su labor era dar una opción de una vida diferente y honesta sobre todo a mujeres que ejercían la prostitución en régimen de internamiento. Allí tenían que cumplir con un horario laboral realmente extenso, y en muchos casos eran trabajos de lavandería, lo cual llevó a que estos asilos se conocieran también como 'Lavanderías de las Magdalenas'.
La idea de acogida y ayuda rápidamente fue desembocando en unas instituciones que más que asilos eran prisiones, donde muchas mujeres ingresaban obligadas por sus familias o por sacerdotes, sin posibilidad de salir libremente. Comenzaron a funcionar en la década de 1840, y la última de estas lavanderías se cerró en Irlanda en 1996.
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