Samain, antes que Halloween III

Procesión en la niebla
Ernst Ferdinand Oehme (1828)
New Masters Gallery, Dresde
En cada lugar las celebraciones son diferentes, aunque el trasfondo sea el mismo. Revisaremos algunas costumbres del norte de España, en concreto Asturias:

Texto A. OSCOS, colaboradora habitual de la web IREGUA y aficionada a la mitología celta | Bajo la “brillante capa imaginaria” que Halloween ha creado, al gusto y comprensible diversión de los más pequeños, y rompiendo un poco esa pátina, existen en la memoria de los mayores algunas tradiciones ancestrales en la noche de difuntos que ahora algunos de los más jóvenes pretenden recuperar. En el norte de España, Galicia y Asturias se llevan la palma en cuanto a conxuros; el desfile de la Güestia (Asturias) o la Santa Compaña (Galicia); las bruxas galelas o les bruxes asturianes; o la celebración gastronómica de las castañas asadas. Sin duda Galicia cuenta con buena tradición sobre estas fechas, más en este artículo ampliaremos el apartado de Asturias por contar, de igual modo, con curiosidades y leyendas que, sobre esta noche, son más desconocidas incluso para muchos del lugar. El caso es que, según algunos estudiosos en la materia, hace muchos años (desgraciadamente ya desapareció esta tradición) se tenía por costumbre, en víspera de Todos los Santos, colocar calabazas iluminadas en los huertos, en los cruces de caminos y hasta en las laderas de los montes cercanos a las aldeas. De ello se tiene constancia en localidades como Salas, Villaviciosa o el valle de Turón, en Mieres. Por ejemplo, se cuenta que el monte Tandión, en Villaviciosa, nadie se atrevía a cruzarlo esa noche porque creían ver allí el rostro del diablo. Se trataba de una calavera con una vela encendida en su interior que alguien colocaba allí para gastar la típica broma a los vecinos.

Otras costumbres que fueron desapareciendo fue, por ejemplo, dejar pocillos de agua a la entrada de las casas, para que las ánimas saciaran su sed en caso de detenerse ante ellas, o bien se dejaba en fuego encendido en el llar y comida sobre la mesa, sin acostarse esa noche en la cama del difunto familiar, en el caso de que esa noche el ánima los visitase, no fuera que quisiera tumbarse a descansar en su propio lecho, antes de proseguir su viaje con el resto de los espíritus. Incluso hay quien recuerda que, hasta hace unos 90 años, incluso se llevaban platos (generalmente con la comida favorita del fallecido o fallecida, tipo fabada, pote o arroz con leche, por poner algunos ejemplos) para depositarla sobre la losa del difunto.
Sobre este tema y otros tantos de la etnografía escribió de forma abundante uno de los mejores conocedores de la vida de los asturianos y de sus costumbres ancestrales: Constantino Cabal. Sobre ello escribió lo siguiente: “… En el día de difuntos nada hay que recuerde las bacanales de antaño, contra las que la Iglesia alzó su voz. Sin embargo, hasta hace poco, y en pueblos de montaña cerrada, a las diez de la mañana de ese día se ponían en las tumbas ofrendas consistentes en sebosos trozos de carne de carnero, rancio vino de Málaga y panes de dulce”. 
En cuanto al “amagüestu” (reunión vecinal que, llegadas estas fechas, juntaba a modo de fiesta en casas y campos a grandes y mayores para comer castañas asadas y sidra dulce), este tenía lugar el día anterior y se comían las castañas en el campo, cerca de una hoguera, y al acabar se dejaban unas cuantas al objeto de que las comieran los difuntos”.
Tampoco es exclusivo de EEUU el que los niños pidan dulces por las casas cercana la noche de difuntos. Otro de los grandes estudiosos actuales de la cultura y tradiciones de Asturias, Alberto Alvarez Peña, que cuenta en su haber con numerosas publicaciones sobre mitología, leyendas y los celtas en el Principado” (algunas reseñadas en la Biblioteca Básica de Iregua), además de ser el autor de, posiblemente, los mejores dibujos sobre seres mitológicos asturianos, ha señalado en más de una ocasión que, “en Asturias, y en esa noche, también los niños iban pidiendo comida, especialmente dulces, por las casas. Sin embargo esta costumbre desapareció al ser prohibida fulminantemente por la Iglesia. Ni pedir por las casas ni tampoco comer, como se hacía igualmente en tal fecha, en el cabildo de la Iglesia, en días festivos, el pan sobrante de caridad, también conocido como pan de ánimas”. Sobre este pan hay que aclarar en principio fue una ofrenda a los muertos. Cuando alguien moría se cocinaba un pan enorme y se repartía entre cuantos acudían a la casa a dar el pésame. También se llama así al pan que se repartía en las parroquias los domingos. Por turno cada vecino llevada el domingo un pan y el sacerdote lo bendecía y repartía luego entre los feligreses. Estos, a cambio, daban una limosna.

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